La edición
universitaria y sus desafíos
Entrevista de Carlos
Gazzera y Darío Stukalsky
En el marco de su
visita a Frankfurt como conferenciante del II Foro Mundial de la
Edición Universitaria, entrevistamos a Roger Chartier y en sus
respuestas nos da algunas claves que anticipan lo que será su
intervención en Alemania.
Roger Chartier es
profesor en el Collège de France y la University of Pennsylvania.
Historiador del libro, de la edición, de la cultura escrita y de la
lectura. En sus últimos libros ha focalizado sobre las relaciones
entre historia y literatura (Cardenio between Cervantes and
Shakespeare. The Story of a Lost Play, Polity Press, 2012) y
el proceso de la publicación (The Author's Hand and the Priner's
Mind, Polity Press, 2014). Ha publicado libros con diversas
editoriales universitarias en los Estados Unidos, Francia, España,
México y Brasil.
–A su criterio,
¿cuáles son los principales desafíos para la edición
universitaria en el contexto de las transformaciones recientes en el
mundo de la edición y la lectura?
–Entre los
múltiples desafíos lanzados a la edición universitaria y más
particularmente a las editoriales universitarias, tres me parecen
esenciales. El primero se remite a las transformaciones de las
prácticas de lectura y más generalmente a las mutaciones de las
relaciones con el libro. Veamos el ejemplo francés. Los datos
reunidos por las encuestas estadísticas que miden las prácticas
culturales de los franceses muestran que entre 1973 y 2008, si no
retrocedió el porcentaje global de los lectores, al menos disminuyó
la proporción de los «lectores intensivos» o «forts lecteurs» en
cada grupo de edad y, muy particularmente, en la franja comprendida
entre los diecinueve y los veinticinco años. La reducción del
público de grandes compradores de libros, que no era únicamente
universitario, y la disminución de sus compras es un primer elemento
en las afirmaciones que diagnostican una «crisis» de la edición.
Las transformaciones de las prácticas de los estudiantes acompañan
este retroceso. Sus compras de libros, sino sus prácticas de
lectura, fueron drásticamente reducidas por otras posibilidades de
lectura: por un lado, la frecuentación de las bibliotecas
universitarias que conoció más de 70% de crecimiento en Francia
entre 1984 y 1990, y, por otro lado, el recurso masivo a las
fotocopias de los libros tomados en préstamo en las bibliotecas o
facilitados por amigos, a los apuntes dactilografiados de las
materias y, hoy en día, a los bancos de datos de la red. Aun más
importante, sólo los estudiantes que han elegido une carrera
literaria o cuyos padres tienen un título universitario poseen una
cantidad importante de libros. Pero, aun dentro de esta población de
compradores de libros, pocos son los que tratan de crear bibliotecas
personales, como lo muestra el éxito del mercado de segunda mano de
los libros de estudio.
Un segundo desafío lanzado a la edición universitaria se remite a
la política de adquisiciones de las bibliotecas –y particularmente
de las bibliotecas universitarias. Cada uno se acuerda del
diagnóstico establecido por Robert Darnton en 1999 en cuanto a la
situación en los Estados Unidos. Según él, el dato esencial consta
en los recortes drásticos por parte de las bibliotecas de las
compras de «monografías», es decir los libros de humanidades y
ciencias sociales dedicados a un tema específico. Semejante
reducción es una consecuencia directa e ineluctable del incremento
del precio de los periódicos científicos cuya suscripción anual
puede alcanzar en algunos casos más de diez o veinte mil dólares.
Así más del 70 u 80% del presupuesto dedicado a las adquisiciones
se encuentra gastado en la compra de periódicos, cualquiera sea su
forma, impresa o electrónica.
Sin la seguridad de las compras de las bibliotecas, las editoriales
académicas empezaron a rehusar los textos considerados demasiado
especializados: tesis de doctorado transformados en libros, obras de
erudición, publicaciones de documentos. Se concentraron en los temas
de moda y los libros atractivos para el gran público.
En Francia, y sin duda en otros países de Europa, la reducción de
las compras de los lectores es quizás más decisiva que la
transformación de la política de las bibliotecas, pero las
consecuencias sobre las editoriales que publican libros académicos
son semejantes. Las estadísticas reunidas por el Syndicat national
de l’édition en cuanto a los libros de ciencias humanas y sociales
muestran una doble disminución a partir de la década de 1990:
disminución del número global de libros vendidos, disminución del
número de ejemplares vendidos por título publicado (dos mil
doscientos en 1980, ochocientos en 1997). Frente a semejantes
evoluciones, las respuestas de las editoriales fueron múltiples. La
primera, el incremento del número de títulos publicados de manera
que sea ampliada la oferta, condujo a un crecimiento explosivo de los
libros no vendidos y devueltos a sus editores, y a graves
desequilibrios financieros de las empresas. De ahí, las elecciones
de los editores durante los últimos años: la reducción de las
tiradas (a menudo inferiores a las del siglo XVI), el rechazo de
las obras juzgadas demasiado especializadas, la prudencia ante las
traducciones. Aunque las razones de las dificultades no sean las
mismas en los Estados Unidos y en Europa, me parece que podemos
generalizar el inquietante diagnóstico de Darnton: «la monografía
está en peligro de extinción».
Es la razón por la cual las posibilidades ofrecidas por la
publicación electrónica le parecía una posible solución. Puede
permitir la construcción de un nuevo tipo de libro, estructurado en
una serie de estratos textuales dispuestos en forma de pirámide:
argumento, estudios particulares, documentos, referencias
historiográficas, materiales pedagógicos, comentarios y
discusiones. La estructura hipertextual de semejante libro cambia
tanto la lógica de la argumentación, que ya no es necesariamente
lineal ni secuencial, sino abierta y relacional, como la recepción
del lector que puede consultar por sí mismo, si existen en una forma
electrónica, los documentos (archivos, imágenes, músicas,
palabras) que son el objeto o los instrumentos del estudio. El libro
electrónico transforma así profundamente las técnicas de la prueba
en los discursos del saber (citas, notas, referencias) puesto que el
lector puede controlar las elecciones e interpretaciones del autor.
Pero tales promesas son también un desafío porque suponen dos
condiciones. En primer lugar, deben estar claramente diferenciadas la
comunicación electrónica, libre y gratuita, y la edición
electrónica que implica un trabajo editorial, costes de producción
y un control científico. Esta reorganización es una condición para
que puedan protegerse tanto los derechos económicos y morales de los
autores como la remuneración de los editores. Así, el libro digital
debe definirse por oposición a la comunicación electrónica
espontánea que autoriza a cada uno a poner en circulación en la red
sus ideas, opiniones o creaciones. Así, podrá reconstituirse en la
textualidad electrónica una jerarquía de los discursos que
permitirá diferenciarlos según su autoridad científica propia.
En segundo lugar, las publicaciones electrónicas necesitan adquirir
una legitimidad intelectual comparable al reconocimiento científico
que se atribuye a los libros impresos. La creación de colecciones de
libros electrónicos y el desarrollo de los usos científicos de las
nuevas tecnologías muestran que empiezan a estar movilizadas las
posibilidades específicas de la nueva forma de publicación de los
textos. No se debe olvidar, sin embargo, que los productos
electrónicos no representan sino una parte minoritaria del mercado
de la edición universitaria: solamente 3% en Francia. La situación
en Estados Unidos es sin duda un poco diferente: varias grandes
bibliotecas ya gastan más del 20% de su presupuesto en la compra de
materiales electrónicos.
–¿Cómo
considera usted que las transformaciones socioculturales y
económico-políticas actuales interpelan a la Universidad y los
modos en que ella enseña a leer-escribir?
–El primero y
más fundamental desafío lanzado por la textualidad digital al mundo
de los libros tal como lo conocemos después que apareció el códex.
La mutación más esencial se refiere al orden de los discursos. En
la cultura impresa este orden se establece a partir de la relación
entre tipos de objetos (el libro, el diario, la revista), categorías
de textos y formas de lectura. Semejante vinculación se arraiga en
una historia de muy larga duración de la cultura escrita y resulta
de la sedimentación de tres innovaciones fundamentales: entre los
siglos II y IV, la difusión de un nuevo tipo de libro que es todavía
el nuestro, es decir el libro compuesto de hojas y páginas reunidas
dentro de una misma encuadernación, el libro que llamamos códex y
que sustituyó a los rollos de la Antigüedad griega y romana; a
finales de la Edad media, en los siglos XIV y XV, la aparición del
“libro unitario”, es decir la presencia dentro un mismo libro
manuscrito de obras compuestas en lengua vulgar por un solo autor
mientras que esta relación caracterizaba antes solamente a las
autoridades canónicas antiguas y cristianas; finalmente, en el siglo
XV, la invención de la imprenta que sigue siendo hasta ahora la
técnica más utilizada para la producción de los libros. Somos
herederos de esta historia tanto para la definición del libro, a la
vez un objeto material y una obra intelectual o estética
identificada por el nombre de su autor, como para la percepción de
la cultura escrita que se funda sobre distinciones inmediatamente
visibles entre los objetos (cartas, documentos, diarios, revistas,
libros, etc.).
Es este orden de los discursos el que cambia profundamente con la
textualidad electrónica. Es un único aparato, la computadora, el
que hace aparecer frente al lector las diversas clases de textos
previamente distribuidas entre objetos distintos. Todos los textos,
sean del género que fueren, son leídos en un mismo soporte (la
pantalla iluminada) y en las mismas formas (generalmente aquellas
decididas por el lector). Se crea así una continuidad que no
diferencia más los diversos discursos a partir de su materialidad
propia. De allí surge una primera confusión de los lectores que
deben afrontar la desaparición de los criterios inmediatos,
visibles, materiales, que les permitían distinguir, clasificar y
jerarquizar los discursos. Por lo tanto, es la percepción de las
obras como obras la que se vuelve más difícil. La lectura frente a
la pantalla es generalmente una lectura discontinua, que busca a
partir de palabras claves o rúbricas temáticas, el fragmento
textual del cual quiere apoderarse (un artículo en un periódico, un
capítulo o un párrafo en un libro, una información en un web
site) sin que sea percibida la identidad y la coherencia de la
totalidad textual que contiene este elemento. En un cierto sentido,
en el mundo digital todas las entidades textuales son como bancos de
datos que proporcionan fragmentos cuya lectura no supone de ninguna
manera la comprensión o la percepción de las obras en su identidad
singular. De ahí, la dificultad para entender una mutación que
lanza un profundo desafío a las categorías que solemos manejar para
describir la cultura escrita y a la identificación entre el libro
entendido como obra y el libro percibido como objeto
–La actual
sociedad de la comunicación ha modificado las recepciones de los
sentidos y, por lo tanto, los modos de leer. ¿Esto supone un escalón
más de la idea de "progreso" de Condorcet o supone un
retroceso en el pesimismo teórico de un Adorno?
–¿Cómo
caracterizar a la lectura del texto electrónico? Para comprenderla,
Antonio Rodríguez de las Heras formuló dos observaciones que nos
obligan a abandonar las percepciones espontáneas y los hábitos
heredados. En primer lugar, debe considerarse que la pantalla no es
una página, sino un espacio de tres dimensiones, que tiene
profundidad y en el cual los textos alcanzan la superficie iluminada
de la pantalla. Por consiguiente, en el espacio digital, es el texto
mismo, y no su soporte, el que está plegado. La lectura del texto
electrónico debe pensarse, entonces, como desplegando el texto o,
mejor dicho, una textualidad blanda, móvil e infinita. Semejante
lectura –y es la segunda observación– «dosifica» el texto sin
necesariamente atenerse al contenido de una página, y compone en la
pantalla ajustes textuales singulares y efímeros propuestos a una
lectura discontinua y segmentada que no se detiene en la comprensión
de las obras en su coherencia y totalidad. Si conviene bien para los
libros que se consultan, las obras de naturaleza enciclopédica, que
nunca fueron leídas desde la primera hasta la última página,
parece lanzar un desafío serio a los libros que se leen cuya
apropiación supone una lectura continua y atenta y la percepción
del texto como creación original y coherente.
¿Será el texto electrónico un nuevo libro de arena, cuyo número
de páginas era infinito, que no podía leerse y que era tan
monstruoso que debía ser sepultado en los anaqueles de la
biblioteca? O bien ¿propone ya una nueva forma de relación capaz
de favorecer y enriquecer el diálogo que cada texto entabla con cada
uno de sus lectores? No lo sé. Los historiadores son los peores
profetas del futuro. Lo único que pueden hacer es recordar que en la
historia de larga duración de la cultura escrita cada mutación (la
aparición del códex, la invención de la imprenta, las revoluciones
de la lectura) produjo una coexistencia original entre los antiguos
objetos y gestos y las nuevas técnicas y prácticas. Los editores se
han comprometido con osadía en el uso de las nuevas tecnologías al
mismo tiempo que se quedaban fieles a la publicación de libros que
unen obra y objeto. Por lo tanto desempeñan con otros (por ejemplo
los libreros) un papel fundamental en la reorganización de la
cultura escrita que imponen las conquistas del mundo digital.
–¿Qué ocupa
los días de investigación de un Roger Chartier?
–Las mismas
ocupaciones que comparten todos los profesores o investigadores y que
cada día movilizan las formas de la cultura escrita. Frente al
computador, el correo electrónico, la lectura de textos
digitalizados, la consulta rápida de las noticias. En la biblioteca
o en mi apartamento, el trabajo con los textos impresos del pasado o
del presente que son los objetos o los instrumentos de mi
investigación. Sobre la hoja de papel (hojas sueltas, pedacitos de
papel, agendas, etc.) la toma de notas, los esbozos de mis artículos
o ensayos, la lista de las próximas tareas y próximos compromisos.
Esta práctica cotidiana me convence de la utilidad de la asociación
de las varias modalidades de la cultura escrita, de la especificidad
de cada una de estas modalidades (leer un libro del siglo XVI en su
edición antigua o en su forma digital no es la misma lectura) y de
la amarga pérdida que implicaría un mundo totalmente digital.
Carlos Gazzera es Director de la Editorial Universitaria
de Villa María y Coordinador de la Red de Editoriales de
Universidades Nacionales (REUN). Darío Stukalsky es director del
Centro de Edición de la Universidad Nacional de General Sarmiento y
vicecoordinador de la REUN. Vale la pena señalar que la REUN es,
junto a la Feria del Libro de Frankfurt y la Asociación Americana de
Editoriales Universitarias, co-organizadora del Foro Mundial de la
Edición Universitaria que se realizará el 11 de octubre de 2014 en
el marco de la Feria del Libro de Frankfurt.
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